Seguramente a lo largo de 2014 escucharemos cómo aumentan los niveles de producción del país y se genera ese ansiado crecimiento económico que anuncia el gobierno y los organismos económicos internacionales. Aunque por lo visto, será lento y no creará demasiado empleo. Sin embargo, veremos si también asistimos a un aumento significativo de las ratios de productividad. La producción final de un país aumenta si a una economía se le añaden factores de capital, mano de obra o tecnología. Pero el aumento de recursos no siempre provoca un aumento de producción final, y productividad. La productividad aumentará sólo si esos recursos son asignados de forma eficiente al sistema productivo.
La productividad de la mano de obra la definimos como la relación entre el total de la producción dividida entre la población activa -que trabaja o desea trabajar-. Pues bien, puede darse la paradoja de que la productividad aumente, pero no por una mayor producción sino, por una disminución de la población activa. Si se produce menos, pero a la vez hay menos gente en proporción que lo puede producir, estamos ante un perverso aumento de la productividad. Está dinámica, que se da por ejemplo en zonas de tradición emigrante como el noreste peninsular es difícil de romper. Son zonas económicamente poco dinámicas que no ofrecen posibilidades laborales a las personas en edad de trabajar y estas optan por salir en búsqueda de mejores perspectivas, hacia zonas de mayor progreso -como explican las teorías migratorias de Push and Pull-. El resultado es que la población que se queda es una población mayoritariamente adulta o envejecida y la economía avanza hacia un progresivo declive.
Pues bien, desde una perspectiva de mercado laboral, la productividad de la mano de obra es fundamental para determinar la competitividad de un país y la atracción de capitales a este. Esta se puede conseguirse por vía de rebaja de salarios cuando aumenta la oferta de empleo -como en la actualidad-. Pero también puede aumentarse por la vía de mayor formación y conocimiento -como la que tenemos- aprovechándola mejor. Esto significa utilizar esa inversión que se ha realizado en un capital humano para toda una generación de universitarios que engrosan las listas del desempleo, cuando no se van directamente del país. Y exprimir esas habilidades y recursos que pueden mejorar los procesos de producción del país. Estos perfiles formados, pero aún sin especializar, son valorados en el resto de la economía mundial ya que con una buena formación y la habilidad de aprender de los jóvenes un país se vuelve mucho más dinámico y le ayuda a competir en el exterior. Los entornos adecuados y una buena política industrial pueden mejorar la competitividad allí dónde encuentre profesionales capacitados para liderar estos procesos de cambio.